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EL MUNDO A LAS PATADAS

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Pobreza europea

LA  HOJA   de mancuso 26-4-06  


Pese a que el salario mínimo es de 900 euros, hay millones de personas que sobreviven con la mitad, eso en Francia y España.
En Alemania, hay un 20% de los trabajadores que cobran 400 euros mensuales, los que mal alcanzan para comer.


Muchos trabajadores informales, en los 3 países deben dormir en las plazas o en abrigos temporarios, ya que pese a tener trabajo el salario no les alcanza para pagar una habitación. En España, son 4 millones de inmigrantes que apenas ganan para comer, y realizando las peores tareas que ningún español quiere. En la otra banda, salarios de 50.000  euros son cosa común en el 1 % mas rico y no hablemos de los ignorantes futbolistas que ganan eso por día, mientras un universitarios comienza ganado 800 euros, menos que el mínimo. ¿ Será el fin de la lógica? www.olgaydaniel.cjb.net <http://www.olgaydaniel.cjb.net/> 

El Juego del Siglo, de Alberto Rojas Andrade

I- LA RACIONALIZACION TOTALIZADORA


Ilusión: Latín Ilusio-onis, de
Illudere; engañar, de
Ludere: jugar. S.xvi-
imagen irreal.

La racionalización menciona en
sentido lato el acto de hacer
racional aquello que no lo es.

Max Weber


A contrario de lo que comúnmente pueda pensarse, la humanidad posee una extraordinaria homogeneidad lúdica; uniformidad acreditadora de lo interiorizado que en el ser humano se encuentra el juego en todas sus formas, y de lo importante que resulta ser este para la vida de los individuos y los diversos grupos humanos1. Sería lo más cercano a la realidad el partir de la base de que juegos semejantes al balompié de diversos orígenes, fueron practicados en diferentes formas en casi todas las sociedades con suficientes logros tecnológicos como para manufacturar tipos apropiados de pelotas, un cierto nivel de vida material, y ausencia aunque sea temporal de necesidades militares para practicar jugadas2.
Lo anterior se corrobora con la existencia en muchas civilizaciones, en los más diversos ambientes geográficos y temporales, de juegos donde el factor predominante es el control de una pelota o balón, elaborado de cualquier material. Desde la china del emperador Xeng-Ti, unos 22 siglos atrás, en una cultura de mínimas influencias foráneas, con un juego llamado Tsu Chu, pasando por la Grecia de Homero, quien en la Odisea reseña en varios pasajes juegos con balones, aproximadamente ochocientos años antes de nuestra era, o en nuestra aislada América anterior al siglo XV, con el uso de esféricos de caucho; la fascinación del ser humano por este tipo de juegos ha existido desde el alba de la cultura, cuyo común denominador es el encanto generado por esta forma geométrica.
En la Grecia clásica, cuna de la cultura occidental, las olimpiadas con su variedad de competencias y juegos, significaban un acontecimiento de gran importancia para la sociedad, si tenemos en cuenta el hecho de que su ocurrencia ponía un alto a las actividades cotidianas y bélicas de las ciudades-estado entre sí, oferentes de esta forma de un tributo a sus caprichosos y vengativos dioses. Los juegos en la antigüedad al tener un carácter esencialmente religioso rendían culto a valores diferentes a los conocidos en las sociedades desacralizadas del siglo XX. En consecuencia el triunfo o la derrota eran manifestaciones de los designios de las divinidades. Lo que en realidad significaba una ignominia en aquellos momentos de la civilización helénica, era rendirse sin haber mostrado coraje y valentía. Este era el objetivo del evento olímpico3. Sin embargo no todo era emulación, confrontación, competencia; es de realzar el hecho de que los juegos con objetos semejantes a balones, no eran susceptibles de competencia4, posiblemente por la insuperable dificultad, para el pensamiento de la época, de dirimir supremacías en actividades centradas por completo en el placer del movimiento; tal vez siguiendo esta misma consideración, cuando se iniciaron las olimpíadas de la era moderna, se consideró también al balompié carente de categoría competitiva, y en 1900 se presentó con carácter de juego de exhibición.
Los juegos olímpicos antiguos eran de cualquier forma, una expresión del pensamiento filosófico griego, propiciatorios del ocio contemplativo como máximo estado de bienestar humano, dejando en papeles secundarios otras actividades de subsistencia consideradas de inferior categoría, como la producción agrícola en manos de la inmensa mayoría: los esclavos.

Si en los griegos antiguos esto es claro, en la América precolombina esto resulta evidente. Para citar un caso más o menos conocido, el del genéricamente denominado Juego de Pelota de los mayas, aztecas, y otros pueblos menos conocidos, de cuya existencia sirven como prueba decenas de campos aún existentes en toda Centro América, y leyendas ancestrales como las narradas en el Popol Vuh. Este era tan sólo uno dentro de los numerosos rituales lúdicos de los aborígenes americanos, y significaba una representación viva del combate entre los dioses del cielo y el infierno; de ahí que su ceremonial y sacrificios evidenciaban un diálogo con las divinidades expresado a través del juego5. En uno de los pasajes del Popol Vuh se relata que los fundadores del pueblo maya descendieron al inframundo para dirimir con los dioses por medio de un juego de pelota llamado Poc-Ta-Pok, nada más ni nada menos que la supervivencia de la especie humana. No obstante recientemente se ha lanzado una interesante hipótesis sobre una especial cercanía de este ritual lúdico, con las formas de estrechamiento de los vínculos sociales, incluso por encima de los aspectos religiosos6, lo cual confiere una nueva valoración de la antigüedad del contenido social de los juegos de conjunto en el continente americano muy cercana a las que enuncian al juego como motor de la cultura en Europa.
La riqueza lúdica era grande en el área de Centroamérica y del caribe según se ha establecido. Había otros juegos en los que el elemento central era una pelota, como el Batey practicado en las antillas, en el que se usaba un bate, o el Taladzi del pueblo zapoteca7. Al sur de lo que luego se denominaría América otros juegos con balones eran espontáneamente practicados, como el Palin Mapuche con múltiples variantes en Chile, la Pelota Mocovi y la Pelota Mbya -practicado por mujeres-, de los aborígenes Guaycuries del Chaco, o el Juego de Pelota de los indios Chiquitos del Mato Groso8. Para dar una idea de lo que se practicaba en este continente hace más de quinientos años, un misionero español describía este último juego así:
"Se ejercitaban en muchos juegos deleitables y caballerescos... Júntanse muchos en la plaza con buen orden, echan al aire una pelota y luego no con las manos, sino con la cabeza, la rebaten con maravillosa destreza, arrojándose aún en tierra para cogerla..."9

Del desarrollo mismo de estos juegos de pelota precolombinos se ha dicho en general, que se perseguía una especie de igualdad cósmica, debido a lo inusual del éxito de un equipo sobre otro, solo logrado en una muy extraordinaria circunstancia, como por ejemplo ocurría en el Juego de la Pelota. El objetivo, el clímax de este juego-rito no consistía en la obtención de un resultado contable, sino en el discurrir de los movimientos lúdicos de los practicantes10. La mayoría de los encuentros precolombinos concluía sin definir un equipo vencedor, cuestión que contrasta con la visión de frenético desequilibrio de las ceremonias deportivas de masas del siglo XX. Es por ello, que la visión contemporánea de este juego-ritual de la pelota es de perplejidad; observar un juego que teniendo una confrontación entre bandos iguales casi siempre resulte igualada nos resulta inútil, como un desperdicio de energías que podrían destinarse al trabajo productivo. Sin embargo es la concepción moderna de la utilidad y la competencia agresiva la que nos proporciona esa imagen. En estos juegos-ritual se busca el equilibrio de las fuerzas como representación ideal un mundo sometido a cataclismos incomprensibles. Claude Levi-Strauss lo resalta en su ya legendaria obra Pensamiento Salvaje, cuando evoca a los aborígenes polinesios una vez en contacto con la civilización occidental, jugando un partido interrumpido de fútbol varios días, hasta que se logre la igualdad inicial del marcador, símbolo de anhelo de armonía en un universo marcado por el caos y el azar.

Volviendo a Europa, en la era de dominación romana surgen también otros juegos como el Haspartum, que guarda relación con la practica lúdica griega con balones, a la que se agrega el valor practico de ser un ejercicio que se articula con otras actividades físicas de la institución del Gimnasium11; el expansionismo romano lo llevará a las islas británicas en el siglo I de nuestra era, originando otros desarrollos lúdicos entre sus habitantes.
Ya en el medioevo diversos juegos con pelota son practicados por toda Europa, como el Soule en Francia, o el urbano Calcio florentino entre otros; sabemos más de ellos, son eventos de masas de gran algarabía entre sus practicantes, caóticos en su ejecución, libres de restricciones, y de organización difusa, al emerger sin cortapisas de la tradición popular. Muy seguramente por esto, por mucho tiempo durante la edad media europea los gobernantes vieron con malos ojos la realización de estos juegos, y continuamente expiden prohibiciones drásticas contra todos aquellos que fueran sorprendidos ejecutándolos. Precisamente la primera mención escrita a un juego al que se le denomina fútbol es un edicto prohibitorio de su práctica, del año 1314, promulgado en nombre del Rey Eduardo II de Inglaterra:

"Proclamación decretada para la Preservación de la Paz... Dado que el Rey nuestro señor parte a tierras de Escocia, a la guerra contra sus enemigos, y nos ha ordenado de manera especial mantener estrictamente su paz... Y dado que se producen grandes alborotos en la ciudad debido a ciertos tumultos ocasionados por los numerosos partidos de fútbol en los campos públicos, de los cuales muchos males pueden llegar a surgir -Dios no lo permita- ordenamos y prohibimos, en nombre del Rey, bajo pena de encarcelamiento, que tal juego sea practicado de aquí en adelante dentro de la ciudad"12.

Es notorio en estos tiempos que la realización de estos juegos, a los cuales ya se los denomina fútbol, conllevaba desordenes en las actividades cotidianas de los villorrios, alterando la paz social "Dios no lo permita", vista desde la perspectiva de los gobernantes. El edicto enunciado es revelador de la atención singular que tienen los gobernantes para con las reuniones populares, dejando de lado los muertos y heridos acaecidos en cada realización del juego; los tumultos y el jolgorio generados en los encuentros eran evidentemente propicios para congregar multitudes e incitar al descontento, así como para distorsionar las rutinas de la población inclinadas a la pasividad y el trabajo. Las consecuencias para la salud de los pioneros de la práctica de estos esparcimientos, no eran el real motivo de desvelo para los vigilantes del orden, y no lo serían hasta los finales del siglo XIX, en unas circunstancias sociales bien diferentes. En consecuencia es evidente que el poder reconoce en el medioevo estas actividades lúdicas como potencialmente subversivas.

En esta misma edad media la filosofía griega favorecedora del ocio y el esparcimiento, continua vigente y es acogida por doctrinantes como San Agustín y Santo Tomás con unas pequeñas variaciones. La contemplación y la oración dan una nueva dimensión al ocio y a lo lúdico. La Iglesia Católica Romana censura de una u otra forma la acumulación indefinida de riquezas, a la usura, destinando al hombre europeo a la oración y el recogimiento contemplativos. Hacia el siglo XIV se vislumbran las primeras referencias escritas acerca de que la actividad física debe destinarse a unos fines prácticos, al parecer tomados directamente de fuentes tan clásicas como Plutarco; con ello la practica de la gimnasia es un medio apropiado para el cultivo de la técnica militar debiendo por este motivo ser enseñada a la juventud13.

Con el renacimiento y los avances en todas las ciencias, esta situación de privilegio del ocio entra en decadencia. En el siglo XVI nuevos valores tomaron la iniciativa, dando origen a la concepción capitalista del trabajo. A la par, en el siglo XV Europa toma la iniciativa de exploración del mundo, empujada por sus necesidades comerciales; inicialmente son los portugueses y españoles, seguidos más tarde de holandeses, franceses, e ingleses; los europeos que se aventuran a través de mares desconocidos, ayudados por los avances en la navegación. Se llega a los lugares más recónditos del planeta y con su autoproclamado carácter de predestinados, extenderán su civilización occidental cristiana, a infinidad de pueblos por medio de sus armas, iniciándose con ello el predominio del hombre blanco sobre el planeta. Por su puesto, también se impondrán sus usos y costumbres, entre las cuales se encuentran las actividades lúdicas, como modelos ideales de la cultura que representan, sustituyendo en medio de un choque casi siempre violento, a otras tradiciones no menos respetables de los pueblos objeto de la colonización.

El germen de capitalismo va creciendo en el viejo continente, alimentado por múltiples factores sociales y económicos, al tiempo que se elabora para facilitar su expansión un conjunto de ideas nuevo. Desde su nacimiento, el capitalismo entendido como un proceso eminentemente social, y no físico, fue poco a poco constituyendo el esquema filosófico y moral que le dio sustento, debido a que anteriores principios como los tomistas tenían su origen y desarrollo en procesos sociales distintos: esclavismo, feudalismo o como en América, África, o Asia formas de producción diferentes a las europeas, no favorecedoras del ascenso de estos valores. El dinero no debe desde ese entonces producir más dinero, sin que previamente haya producido alguna mercancía; esto se logra con una actividad que toma materias primas, transformándolas mediante una cada vez más compleja y expansiva técnica, en bienes que por su volumen de fabricación resultan más baratos; es decir con trabajo. La moral protestante de Lutero y Calvino, con su alabanza por aquel esfuerzo físico, desdeñando la vida contemplativa, dio el impulso desde la óptica metafísica de la religión a una situación que de hecho se constituía en una realidad en varias regiones de Europa14. La reforma protestante se adapta a las nuevas realidades sociales de varias regiones europeas, al haber llegado a la interpretación, muy conveniente al naciente capitalismo, de que "el trabajo es fundamentalmente un fin absoluto de la vida, prescrito por dios"15.
Una vez el capitalismo ha tomado su impulso definitivo surgen a su vez las primeras doctrinas económicas que le dan soporte racionalizado. A partir de Adam Smith el egoísmo adquiere la bendición laica de la política y la economía; la búsqueda del beneficio individual es el motor que mueve a la humanidad y lo conduce hacia la prosperidad. Un mecanismo implícito en la economía logra que la riqueza se distribuya de la misma manera que si la tierra hubiera sido distribuida racionalmente entre los hombres. Es la "mano invisible" de la providencia armonizadora de la economía capitalista enunciada por Smith.
De otra parte James Mill postula la tesis de la no existencia de motivos desinteresados en la conducta humana; hasta el hacer el bien al prójimo, máxima cristiana tiene el interés de la satisfacción íntima del que lo produce16. Por supuesto, en el capitalismo la conducta interesada por excelencia significa obtener ganancia, acumulación de capital. Esta "verdad" facilitó la acumulación sin reticencias de conciencia, dando naturalidad a aquella.
En otro aspecto, el positivismo que otorga un valor supremo a lo demostrado en experiencias, y su propósito de supeditar a la filosofía a un conjunto de datos suministrados por las ciencias en pleno auge desde el siglo XVIII, que vierten otro apoyo a la ascendente clase detentadora del capital en Europa: la burguesía, logrando esta clase una aureola de cientifismo y de cambio permanente luego de siglos de aparente quietud. También el utilitarismo de Bentham cierra cualquier posible brecha existente en el muro ideológico capitalista: a partir de ahora la felicidad de todos se logra únicamente mediante la obtención de la felicidad individual, y la consecución de esta equivale a la acumulación de riquezas particulares17, levantada ya como hemos dicho, su proscripción del pensamiento occidental.
Todo un alud de acontecimientos económicos, sociales y políticos se esparcen sobre la cultura europea en los siglos XVII y XVIII. El capitalismo con su industrialización lo transforma todo. Relaciones milenarias, estructuras sociales, usos mercantiles etc., son modificados; por supuesto la cultura lúdica se ve afectada. El ocio ya no es importante, el trabajo es el máximo valor. Las actividades desarrolladas fuera de la producción quedan totalmente subordinadas a esta. Por consecuencia lo lúdico queda firmemente ligado al trabajo; y los juegos anteriores al capitalismo van poco a poco adquiriendo características relacionadas con la labor industrial.
Los juegos que anteceden a lo identificado en el presente como fútbol, son nítidamente, rezagos de un rito de sociedades no industriales, es decir agrarias, con el pasar del tiempo van siendo moldeados por la industria y la urbanización acelerada18. El fenómeno tiene su centro en la nación que se va convirtiendo en abanderada del capitalismo: Inglaterra.
Como ya mencionamos, la prehistoria del balompié en Europa tiene como principales representantes diversiones como el Haspartum practicado por las legiones romanas, el Soule francés, el Hurling de las islas británicas, o el Calcio florentino, en las cuales lo lúdico es elemento primordial, y coinciden en lo relativo a unas reglas de práctica poco precisas19. Ya en la edad media, el ya identificado como fútbol, con ciertos rudimentos estructurales, estaba ligado a los rituales tradicionales de los días santos y fiestas de guardar perteneciendo a la ceremonia del Martes de Carnaval20, día por excelencia de permicibilidad a todos los excesos. Era aún en este momento de Europa, un acontecimiento relacionado estrechamente con lo social como el Juego de la Pelota Maya, o los juegos en la Grecia clásica.

En consecuencia de lo anterior, el juego en su sentido amplio, que tiende a ser más o menos la representación del equilibrio del universo por más de dos mil años, en Europa es lentamente reemplazado por la tendencia a la competencia y la desigualdad del juego de la era urbana capitalista de los siglos XIX y XX, al serle también aplicada la técnica como manera racional para la consecución del logro productivo elevado a la categoría de fin, siendo consecuentemente perdida la equilibrante sacralidad de lo lúdico. Aquí en este tiempo, el mundo no es equilibrado sino que debe ser idealización de la desigualdad como forma de vida y motor de la sociedad. La competencia es el mecanismo determinante, propulsor de la sociedad occidental mediante la confrontación de hombres individualmente considerados, ya no de dioses ni de comunidades. Por ello la competencia ya no tiene ningún contenido religioso, o territorial; ya no hay sacrificios humanos, ni orgullo de clan o de tribu, el sacrificado es el mismo juego como actividad lúdica. El orgullo colectivo se convierte en egolatría auspiciada por el individualismo burgués. Esta fue una forma de la desacralización de la naturaleza contenida en la secularización del juego, que como en otros aspectos de las sociedades contemporáneas es elemento indispensable en el surgimiento del capitalismo21. Luego de ser un juego de villorrios, el fútbol se institucionaliza en los Public Shools (la Universidad de Eaton posee el más antiguo conjunto de reglas futbolísticas conocido en 1815), donde se prepara a pujante juventud burguesa británica, llegando finalmente a tener su estructura normativa y organizacional consolidada luego de la segunda mitad del siglo XIX. De esta época datan las primeras reglas de juego, los primeros clubes estables de practica del mismo, y las primeras asociaciones para organizar torneos.
La cristalización del juego en cierto ’primer orden’, encuentra su afinidad en los desarrollos capitalistas de entonces y con ello se le despoja de sus funciones sociales y religiosas anteriores, de ancestro eminentemente popular. Con la institucionalización de las normas reguladoras de las actividades lúdicas identificadas como fútbol desde varios siglos atrás -ya en los inicios del siglo XVI Shakespeare lanza a un personaje de El Rey Lear el epíteto vejatorio de ’futbolista’-, surgen dos tendencias que finalmente terminan por estructurar en 1858 dos juegos distintos. Los dos decimonónicos deportes hermanos por excelencia, el fútbol y el rugby, basados en unas ideas comunes para su práctica: una pelota, dos grupos de hombres, y el propósito de llevar a aquella a una meta que protege cada uno de estos bandos. Las diferencias que los separan hasta la fecha, resultan ser más bien formales: como se transporta la pelota, la forma de esta, las características de las metas.
Por ello es necesario resaltar que "Football" es una expresión genérica que hace referencia a toda una clase de juegos de pelota, siendo de central importancia en la actualidad los estilos que específicamente en países anglosajones se denominaron Asociation Football (soccer), Rugby Football, American Football, Canadian Football, Australian Football, y Gaelic Football.22 Un juego se quedó con el nombre universalmente conocido de fútbol, al utilizarse mucho más a los pies de los practicantes para el dominio de la pelota requiriendo más habilidad, a diferencia de la fuerza preponderante en el rugby basado en el transporte de la pelota con las manos. Es creíble que la mayor exigencia de destreza, a la vez de menor fuerza bruta en el balompié propiciara su masificación en sus islas de origen y en el resto del mundo con sorprendentemente rapidez, por la mayor variedad de situaciones creadas en el desarrollo de un encuentro de balompié. Sin duda hay elementos en esta actividad fascinantes a jugadores y espectadores por igual; la misma dificultad que encierra el transportar un balón solamente con los pies, implica una habilidad muy especial instigadora de movimientos muy estéticos, como los de una danza, con fluidez de ritmos; del mismo modo la fuerza en el desarrollo de un partido, si bien es importante, se encuentra relegada por la habilidad, que al mismo tiempo -y este es su máximo mérito-, invita a una espontaneidad de movimientos tal, que hacen que un partido sea una grácil pieza única e irrepetible. Si tenemos en cuenta las investigaciones de Norbert Elias sobre el influjo de las actividades lúdicas en la civilización occidental (Deporte y Ocio en el Proceso de la Civilización), es incontrastable que el balompié atrae por encima de otras diversiones por la concentración y conjugación rítmica de movimientos en jugadas que se entrelazan inadvertidamente, a la vez de representar una cada vez más dosificada expresión de la fuerza bruta crecientemente reglada y vigilada. En una frase, el balompié se populariza y es auspiciado en occidente cuando las actitudes lúdicas de los practicantes van alcanzando las cimas de la racionalización de control o supresión de la fuerza innecesaria.

extracto del trabajo dado por Alberto Rojas Andrade para esta acción.

el documento completo lo puedes descargar
(http://www.poesiasalvaje.com/1andrade.doc)

Podofilia Globalizada

Podofilia Globalizada

Internacional Surrealista

13 inyecciones Surrealistas de provocación bacteriológica

contra la hipnosis Futbolera.

1

Pie con Bola

Podofilia[1] globalizada.

Fernando Buen Abad Domínguez



Para “el mundo a las patadas”.


Del 9 de junio y hasta el 9 de julio de 2006[2]

Hay mucho dinero en juego. Esa fascinación estrambótica que ejerce el fútbol sobre las sociedades contemporáneas rebasa voluntariosamente todas las intentonas que creímos suficientes para explicarnos los cómo, porqué y cuándo de ciertos magnetismos cancheros. Sociólogos, antropólogos o politólogos (entre otros muchos interesados) se devanan los sesos pretendiendo establecer límites, categorías, definiciones y estadísticas, capaces de poner en claro el conjunto de factores combinatorios que dan por resultado uno de los fenómenos colectivos más inextricables. Los monopolios mass media se relamen los bigotes. Nadie da pie con bola.

Deporte, espectáculo y arte preñados con performance popular, rito de congregación masiva, manipulación de masas… todo junto amontonado y revuelto. Catarsis de presiones históricas y parafernalia de fe, dogmatismo o fanatismo, que alcanzan extremos entre lo erótico y lo tanático. No hay psicoanálisis de las sociedades modernas, incluso con sus reduccionismos racionalistas, que sea capaz de valorar y redimensionar, en su conjunto, el papel del fútbol en el espíritu de la humanidad contemporánea. Con sus bondades y necedades. ¿Será que es tan complejo?

Cuando una trama de movimientos, estrategias, accidentes o absurdos desencadena en el espectador ese chicotazo emocional que lo castiga o gratifica, por él , para él, y hasta él, se confirman potencias, esperanzas, alegrías, desencantos o ritos profundísimos que habitan ya en el ser de las culturas como condición delirante para muchas de sus expresiones. Alienación al canto. Hay quienes lo ven sólo como negocio.

El fútbol es, también, una coreografía lúdica que se funda en el agón, el azar, el vértigo y la mimesis. Los jugadores danzan un rito del estallido y de la expansión que tiene como pretexto el control del cuerpo humano, del cuerpo esférico y del cuerpo colectivo, asociados para que toda su energía pase por una puerta arquetípica que casi siempre significa renovación donde se reinicia el ciclo. Quien inventó el fútbol, (persona, sociedad o secta) consciente o inconscientemente, puso sobre la rectangularidad del terreno un conjunto de piezas estremecedoramente parecidas a las que contiene la existencia toda. Eso seduce a los pueblos desde siempre. El fútbol pone en juego inteligencias geométricas, que sintetizan fuerza, aceleración, masa, probabilidades y curvas en un ejercicio estético cuyo arte, ritmo, armonía, y composición, manejan repertorios de imágenes abstractas, fijas en la mente del público y el jugador. Potencias resucitadas cíclicamente en la fantasía y maravilla del gol. Y a cobrar se ha dicho.

Por más que la palabra “gol” signifique meta, el fin último del fútbol no es el “gol”. Como en todo fenómeno lúdico siempre es más importante el proceso que el producto, aunque el producto sirva, o no, para cobrar sueldos, entradas, regalías y prestigios de comentaristas, cronistas, futbolistas, sucedáneos y conexos. Quien disfruta el "balón pie" afina su percepción sobre movimientos, acomodos, condición física, logísticas y destrezas de cada jugador y del conjunto. Pero, además, disfruta carismas, desafíos, heroicidades, suerte y destino individual o grupal, divisa-religión que magnetiza a sociedades enteras. Magia inefable que oculta sus secretos en las gavetas culturales más íntimas de los pueblos. Sirve para ocultar muchas cosas.

Los estadios exaltan con su circularidad y concentricidad tradiciones sagradas ancestrales del espacio y el tiempo. El público sobreexcita las redes emocionales de todo su ser, particular o colectivo, y se entrega a una contemplación, no pasiva, (conra lo que afirman algunos) que apetece desatar su lirismo sobre épicas renovadas en dramas conmocionantes. Desde la tragedia griega hasta el campeonato mundial del fútbol. Poco favor hacen, con su mediocridad, las crónicas masmedieras en transmisiones televisivo-radiales o impresas,que preñan con su ideología mercantil y su pobreza estética, el disfrute de aficionados y jugadores que, de cuerpo presente, siguen las acciones futboleras.

Es imposible explicar de dónde surgió esa estética grotesca del alarido artificial y de las voces ampulosas de locutor, narradores o cronistas que pretenden dar cuenta sobre los hechos en la cancha. La sobresaturación prefabricada con que se ponderan o critican los movimientos, el grito frecuentemente falso que canta goles, (grito medido para que alcance hasta la repetición de la jugada) y la moda del “tono solemne” con que se habla de la estupidez más intrascendente para analizar un partido, vuelve fastidiosa hasta el hartazgo la envoltura que manosea lo que a nivel del césped tiene otro sabor. Nadie puede objetar o prohibir las acometidas pasionales, lo reprochable es que mientan con el pretexto de que "así debe ser para que al público le guste". ¿Quién inventaría esos clichés? Y ocurre igual por todas partes.

Incluso esa moda de la exaltación sobreexcitada hace pirámides humanas, rasga vestiduras, produce carreras apocalípticas ante las tribunas y catarsis escénicas desmedidas, teatralizan o farandulizan algo que naturalmente no necesita performances vodevilescos. Payasada histérica. Es verdad que los rituales colectivos no necesitan recetarios ni reglamentos de nadie. Lo ofensivo es que se les tergiverse para que aparezcan como show de vanidades mediocres. El grotesco en pleno.

Ganar o perder son accidentes de una expectativa que siempre tiene imponderables. El fútbol posee variables muy amplias, como juego o como “arte”. Hay designios donde el azar impone sus caprichos. Especulen lo que especulen empresarios, anunciantes, funcionarios y apostadores. ¿Quién es el dueño del fútbol? ¿Quién es el dueño de los goles? Mafias a diestra y siniestra. Nunca la historia de la cultura imaginó que fuese posible concentrar el interés de tantos millones de almas en torno a un juego de pelota. En vivo o a distancia. ¿Avanzamos? ¿Retrocedimos? ¿Las dos cosas? Nunca se reunió bajo el pretexto de un espectáculo deportivo inversiones financieras, tecnológicas, políticas e ideológicas tan descomunales como las que hemos conocido en tiempos recientes. Jamás un acontecimiento cultural derivado del juego entre equipos futboleros ocupó tan desmedidamente espacios en televisión, radio o prensa, todos los días de todas las semanas en todos los meses. No parece haber límite. ¿Cuánto nos cuesta? ¿No hay otra cosa mejor en qué invertir?

El “Poder” del fútbol, de su ser industrial farandulero, que también es extra-futbolístico, ha llegado a conmover la “seguridad nacional”, ha logrado esconder la represión y el asesinato en varios países. Por las afluencias y por las violencias. Poder farandulero de clase que expresa también la degradación de su propia definición y que seduce desde la cancha a la mercadotecnia, de las porterías a las ideologías, de las tribunas a las urnas. Cuentan con un “público” mayoritariamente ignorante, indefenso, acrílico, fanatizado y secuestrado. Poder enamorado en las concentraciones humanas sólo si pagan boletos y transmisores, siempre amenazantes o promisorias, (según la etapa. Los móviles… el programa) concentraciones para dispersar la conciencia, canalizar la violencia… muchos piensa que pueden conquistar al mundo sólo porque juntan a muchas personas. Poder real que vive lujosamente[3] gracias a esa pasión futbolera descomunal e inmarcesible, violenta, salvaje y tragicómica ante la cual, virtualmente ninguna explicación da pie con bola. Porque no es fácil.